Manuel J. Moreno
Psicólogo / Psicoterapeuta

Tendemos a considerar el mito como un embuste, fantasía o creencia errónea. Sin embargo, lo mítico nos permite conectar con realidades que no sabemos bien como explicarnos del todo, brindándonos un horizonte desde el que dialogar con lo simbólico, entendiendo por ello, el eco de realidades primordiales y constitutivas.

´El mal´ es uno de esos mitos humanos fundamentales alusivo de una realidad recurrente que se nos representa, una y otra vez, a lo largo de la experiencia cotidiana, despertándonos a un universo que sabemos está “ahí”, en algún recodo de nuestra circunstancia vital, tanto en lo colectivo como en lo personal.

Reconocemos, tanto por innatismo cognitivo como por experiencia, que el mal posee distintos niveles y grados de intensidad, y que a pesar de las diferentes teorías sobre la perversión humana, nadie conoce sus resortes últimos ni es capaz de manejarse con seguridad por la delgada línea roja que separa la ideación perversa, del acto consumado.
Al fin y al cabo, todo el meritorio arsenal de estudios, clasificaciones y teorías que la ciencia de la conducta, la psiquiatría o la antropología, manejan en su desesperada búsqueda de respuestas a la iniquidad comportamental, no pasan de ser tímidos, y a veces ingenuos, ensayos orientados a contener nuestra angustia y desconcierto, desde un ancestral anhelo de tutearnos con el mal.

Hablamos entonces de patrones y perfiles psicológicos, muchos de ellos englobables en las categorías clínicas de los trastornos de la personalidad, cuyos actos nos hacen palidecer y recargarnos de preguntas.

Asesinatos despiadados de niños inocentes e indefensos a manos de sus padres, o parejas, caso Gabriel Cruz; mujeres que matan a sus hijos, propios o ajenos “porque molestan”, caso Asunta Basterra; o aquellos otros que asesinan a sus hijos para vengarse de su expareja, como en el caso de José Bretón. Impulsos homicidas repugnantes, como los que se infieren de los hechos imputables a “el chicle”; los espantosos e innumerables crímenes de Richard Kuklinski; sin pasar por alto las elaboradas perversiones y crueldades del Daesh, con su característico y mediatizado despliegue de humillaciones a sus víctimas…, y tantos otros.

Un dato psicológico significativo es lo masivamente fascinados que nos sentimos por la novela negra o las villanías cinematográficas. Convivimos con este ´lado oscuro´ desde tiempos inmemoriales, en tan íntima cercanía que nos desespera desconocer la secreta fuente de su ciertísima actualidad. Entre tanto, hablamos de psicópatas egocéntricos y emocionalmente estériles, prestidigitadores sociales rebosantes de encanto, o de trastornados, resentidos, fanáticos o perversos…, todos y en todo caso, a la sombra de una máscara social de afabilidad y simpatía con la que mentimos y nos mentimos cada día, compensando esa cruda verdad que nos inquieta: que en el mismo fondo de nuestra personalidad, ignoramos quienes somos en realidad, ni qué oscuridades se ocultan detrás de las calculadas sonrisas de nuestros vecinos.

El Comercio, Domingo 18 de Marzo de 2018 (página 27)