Por Manuel J. Moreno

Hemos dicho que hay o puede haber caminos diversos para acercarse a la meditación, y en modo alguno cabe entender esta práctica sui generis como exclusiva de alguna tradición cosmovisiva, sino que trata más bien de un claro exponente del patrimonio sapiencial de la humanidad.

El hecho de que se mantenga la observancia estricta de ciertas reglas o pautas para su ejercicio, obedece a mi entender a varios motivos. En primer lugar al hecho de que se trata de una ciencia/ arte que ha sido concienzudamente desarrollada en un lapso temporal milenario, de manera ininterrumpida hasta nuestros días. La meditación como práctica regular, cuenta con una amplia evidencia testimonial documentada de repercusiones favorables y específicas sobre el entramado psicofísico, y desde hace pocas décadas, con el aval científico a partir de estudios controlados en el campo de la medicina, las neurociencias y la psicología.

El prestigio y la consolidación histórica de la ciencia meditativa la ha elevado a la catergoría de símbolo —vivo—, un arquetipo atemporal con incuestionable potencial para evocar y representar al hombre individuado o auto-centrado, al sabio por excelencia.

La propia imagen del Buda sentado en la asana o postura del loto, con las manos recogidas y en contacto sobre el centro del abdomen, ojos entreabiertos —mirada crepuscular— y columna erguida sin rigidez, es ya parte imborrable de la memoria colectiva de la humanidad, en tanto que arquetipo del ser humano auto-realizado.

Es también de destacar, que desde un punto de vista psicomental somos no sólo animales racionales sino fundamentalmemte simbólicos, y que nuestra naturaleza pensante/ sintiente crea y recrea imágenes y representaciones simbólicas de continuo. Los símbolos gestionan y procesan de manera inconsciente y autónoma, importantes funciones en el metabolismo psicológico de nuestras vivencias, aportando sentido o significado. Proveen de energía motivacional nuestra conducta.

La posición o postura meditativa oriental por excelencia, simbólicamente representada por el Buda meditante, además de consideraciones de orden psicofisiológico favorecedoras de la absorción o ensimismamiento meditativo, es capaz de suscitar una atmósfera interior característica en consonancia esencial con lo que dicho símbolo representa.

No cabe duda de que se puede meditar desatendiendo la icónica postura mencionada, por ejemplo en una silla o tumbado sobre una cama, de pie o de rodillas, pero estaremos desaprovechando la singular energía que procede de lo inconsciente colectivo, un coadyuvante más que conveniente si queremos afrontar la experiencia meditativa en las mejores condiciones.

También hemos considerado la necesidad de un <<yo>> —o consciencia de sí—, fuerte, firme, estable, capaz de encarar sus propias raíces o profundidades inconscientes en las condiciones más óptimas posible. El cultivo o fortalecimiento de ese <<yo>> complejo de consciencia, en modo alguno se refiere a sobre-dimensionar la importancia de la auto-imagen y de sus proyecciones egocéntricas. La fortaleza yóica a la que nos referimos camina justamente en la dirección contraria, y supone un necesario contrapeso tensional frente a un acercamiento de calado a la oscura profundidad inconsciente del ser esencial.

Una consciencia firme, lúcida, vaciada de banalidades y de compulsiones opinativas, se conducirá de manera más ecuánime, objetiva y honesta. De algún modo, se precisa de dicha autenticidad actitudinal para meditar, a la vez que la propia práctica meditativa devendrá de manera espontánea y natural en la depuración de muchas de nuestras inautenticidades, de gran parte de aquello que solemos nombrar coloquialmente como <<ego>>, y que se refiere a la senda neurótica o torcida del desarrollo de la personalidad.

Necesitamos asimismo de un foco atencional solvente, eficaz. Capaz de sostener la interiorización que precisa la práctica, así como de canalizar adecuadamente todas aquellas intuiciones y apercepciones que tienen lugar en nuestra vida cotidiana en relación a nuestras tareas habituales. Avanzamos hacia una nueva síntesis de la totalidad que somos en la medida que en ésta, toma consciencia de sí misma.

La práctica meditativa conlleva también el abandono paulatino de esa máscara o construcción egocéntrica personal y de sus presupuestos históricos (la historia personal), distanciándonos o desapegándonos de los mismos. Tal auto-distanciamiento es clave en el desarrollo o fortalecimiento del potencial de atención y consciencia disponible.

En otros términos, dejamos de lado el falso yo —o ego—, con todas sus auto-representaciones banales y de mirada superflua, para dejar vía libre al verdadero eje vertebrador y autorregulador de la psique, ese horizonte atemporal donde el ser se reúne consigo mismo transcendiendo toda oposición. Este es el misterium coniunctionis del que habla Jung en su obra cumbre, resultante de la consumación de esa gran obra, la individuación o despertar de la completud, que los alquimistas occidentales simbolizaron como la obtención del lapis philosophorum, la piedra filosofal.